Este artículo colocado en Rumbo a la Meta el 24 de Febrero del 2010, un anónimo dejo cuatro comentarios, el pasado 12 de febrero del presente año, el cual se da a conocer de manera integra, debido principalmente a la riqueza descriptiva de sus comentarios.
Rumbo a la Meta agradece a nuestro amigo anónimo, por esta colaboración, involuntaria, esperando que próximamente nos permita conocer su nombre.
Gracias de antemano.
Anónimo dijo...
Habano
Hoy recordé a Habano, para mí, Habano fue muy especial y me marco definitivamente.
Tenía 13 años de edad cuando mi padre en compañía de un tío me llevaron por primera vez al hipódromo. Recuerdo que estábamos sentados en el restaurante a un costado del Gay Dalton, cuyas escaleras nos llevaba a círculo de presentación.
Mi tío me pidió un caballo para apostar, fui corriendo a ver desfilar los caballos antes de salir a la pista y me encantó un caballo.
Regresé y leí el programa y al encontrar el número le dije que apostara a Habano (era la presentación de Habano en el Hipódromo de las Américas).
Empezó la carrera y estaba con la emoción propia de un niño siguiendo la carrera con suma atención, tenía la mirada fija en el caballo y estaba hipnotizado en él.
Creo que podía sentir los latidos del corazón del caballo a la distancia, según recuerdo gano esa carrera y yo estaba feliz, y mi tío también, mi padre estaba contento también, por que también lo había considerado en sus apuestas.
Regresé emocionado y feliz a casa contándole a mi madre sobre lo sucedido.
Poco tiempo después fui nuevamente al hipódromo, mi padre me estaba enseñando a "leer" el programa, él maestro de matemáticas, y en esa segunda ocasión, coincidió que Habano corría nuevamente. El hecho me emocionó mucho y por supuesto lo volví a apostar, y según recuerdo quedó en los 3 primeros puestos.
Desde ese momento, empecé a seguir al caballo. Recuerdo una marca blanca en la frente del caballo que me encantaba, el cuerpo del caballo era ligeramente más pequeño que al resto, pero con una musculatura ejemplar.
El espíritu del caballo me cautivaba, me resultaba fuerte, veloz, pero sobre todo, concentrado en sus carreras, muy bien administrado mientras corría y ejecutaba sus movimientos con mucha fuerza e inteligencia. Pero, tal vez, lo que más me gustaba era que en momentos decisivos y en posible desventaja, sacaba fuerza de la nada para cerrar implacablemente.
Esa forma de correr me encantaba. Una ocasión salió en la revista de (según recuerdo) Criadores Mexicanos, y ahí estaba en Habano en la portada, recuerdo que obligue a mi padre a comprar la revista. (que ya no encuentro, ojalá pudiera tener un ejemplar)
Cuando había clásicos y corría Habano eran días de fiesta, recuerdo que se llenaba el hipódromo, conseguir mesa en el Gay Dalton era muy difícil, pero mi padre la mayor de las veces conseguía una.
La gente vitoreaba y se entregaba en las carreras, la plática entre la gente era solo de caballos y se respiraba un ambiente único.
Aprendí a leer el programa y junto con mi padre empezamos air con mucha regularidad al hipódromo, de hecho comprábamos el programa un día antes para estudiarlo esa misma misma noche para al llegar al día siguiente, estuviéramos atentos a los cambios en los pesos y ajustar las apuestas.
Eran tiempos muy buenos (aunque a mi madre no le gustaba mucho y entraba en discusiones con mi padre por invertir tanto, tiempo en los caballos.)
Como niño que era, había noches que repetía las carreras mientras dormía, sobre todo los clásicos con El Villano que era un caballazo pero mi consentido era Habano.
Una noche no hubo suerte y tuvimos que regresar en transporté público (sin pagarlo), también, fue muy emocionante.
Otra ocasión, cuando tenía como 14 o 15 años mi padre y yo sacamos nuestras opciones para el "5 y 10" y teníamos dudas para 7ma carrera que según recuerdo era la estelar, y un clásico también, ya en la ventanilla le propuse un cambio, y colocar a Palmillento, esa vez ganamos el 5 y 10, un dineral!!!
Después, de un rato dejé de saber de Habano, según supimos fue a EU y que había tenido un buen papel, pero que se había lesionado, nunca supe si fue cierto o no.
Dejé de ir al hipódromo cuando lo cerraron y cambió la administración, tan solo hace un par de años me asome al lugar, y al entrar, ya no era lo mismo (ni yo tampoco), no respiraba esa olor único del hipódromo, ni los comentarios graciosos que hacía la gente desde las tribunas para aplaudir o insultar a los jockeys (como a ese tremendo jockey Alférez), los cajeros antes mantenían la mirada atenta a al máquina de los boletos, mientras escuchaban la apuesta solicitada, y dejaban salir una mueca de aprobación o desaprobación al emitir los boletos de manera fortuita. también, había una sensación de calidez, no sé si era por el excesivo tabaco que ahí se quemaba o por el nerviosismo que cada uno de los apostadores generaba al tener en sus manos el boleto "ganador". O esa mirada inquisidora sobre el programa buscando una verdad oculta en él y que solo los elegidos pudieran encontrar.
Ese olor a tierra fresca y ligeramente húmeda que la pista despide, cuando pasaba el camioncito que la limpiaba y humedecía.
El caminar pausado de los competidores guiados por un experto, vestido con su traje rojo y sombrero blanco, que en más de una ocasión tuvo que intervenir contener caballos nerviosos mientras desfilaban, parecía que con la pura presencia del saco rojo los caballos se calmaban. eran actos magistrales de control (hasta esas cosas me gustaban).
Recuero también, que en una carrera, al llegar a la recta final hubo una carambola, donde uno de los caballos se rompió la pata, me impresionó que tuvieron que sacrificarlo en el mismo lugar donde había caído para luego, arrastrarlo enfrente de todos, esa vez no pude evitar, por más que pude, mojar el programa con las 2 o 3 lágrimas que lograron salir.
Todo eso ya no existe más, o tuve mala suerte en ese día que regrese al hipódromo.
Entrar al hipódromo era como entrar a un centro comercial, como si llegara a pedir una hamburguesa más a McDonald’s, fría, insípida, sin alma, sin corazón. Pero eso si, había sillas suficientes digna de una buena planeación del mejor de los mercadologos, cuando regresé ni siquiera me senté.
Los caballos cuando corren se ven y se sienten distinto a los que vi de niño.
Tal vez sea yo, pero si es muy diferente. No he vuelto a apostar otra vez.