“La hípica mexicana hacedor de leyendas”
Primera Parte
En 1996, la
trompeta que llama a escena a los gladiadores hípicos para competir en el Ovalo
Sotelino, dejaba de sonar.
El murmullo
y la algarabía de la afición hípica impulsando y apoyando a su ejemplar
favorito en las gradas del Hipódromo de las Américas, guardaban silencio.
La pista de
arena, testigo fiel de los grandes enfrentamientos de los guerreros de las mil
batallas, dejaban de vibrar, de estremecerse ante el galope vertiginoso de los
majestuosos corceles, sólo las huellas de esos guerreros hípicos quedaban como
vestigios del paso arrollador de aquellos momentos de grandeza.
Quedaba en
la memoria de la afición hípica, los gratos recuerdos de las gestas de valor,
emotividad y pasión que los majestuosos corceles forjaron con sus épicas
batallas que brindaron en cada una de sus actuaciones, donde las cámaras
fotográficas, inmortalizaban el momento preciso en que los valientes
contendientes cruzaban el alambre de meta buscando con ansiedad la victoria.
Quedaba en
la memoria de la afición hípica, aquellos corredores que como majestuosos
pegasos, surgían de la curva final y con paso arrollador y contundente
devoraban los metros finales de la contienda para iniciar su ataque final y
contundente y cazar en la meta a más de uno de sus contendientes, entusiasmando
al respetable, provocando la algarabía y el éxtasis en la afición hípica, que
disfrutaba con pasión el concierto de emotividad y entusiasmo que los
majestuosos corceles junto con los ágiles jinetes brindaban en cada una de las
competencias.
Como olvidar
aquellos duelos sublimes que se escenificaron desde el mismo momento en que se
abrían las puertas del arrancadero, donde la batalla por la miel de la victoria
se convertían en confrontaciones encarnizadas entre los competidores, eran
batallas interminables que ofrecían los nobles corceles, los cuales disputaban
palmo a palmo, como uno sólo, la victoria en la pista del Ovalo Sotelino.
Y que decir,
de aquellos instantes en que aparecían en plena la recta final, enfrascados en
batallas inolvidables, disputando cabeza a cabeza y nariz a nariz, la épica confrontación,
levantando al público asistente de sus asientos y convirtiendo las gradas del
Ovalo Sotelino en un espacio de algarabía y entusiasmo ensordecedor y a través
de sus gritos de apoyo impulsaban a los bellos corceles y sus valientes jinetes
para lograr lo más sagrado, la victoria.
Y esas
grandes y emotivas batallas, donde sólo unos cuantos lograban trascender para
convertirse en leyenda, por sus gestas heroicas, logradas en las pruebas de
mayor nivel, donde las mieles del triunfo, los aplausos de la afición hípica y
la corona de flores y los flashazos de las cámaras fotográficas iluminaban el
cuadrilátero de ganadores, al binomio perfecto ganador de la justa hípica.
Y fue a
mediados de 1996, cuando todo se detuvo en el Ovalo Sotelino, quedando el
recuerdo imborrable de los gladiadores hípicos que hicieron historia en la
pista del Hipódromo de las Américas.
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